30/4/10

La despedida...

Aquí estoy, sentada frente a mi computadora, con la música de fondo, distrayéndome un poco de lo que quiero escribir. ¿Verdaderamente soy yo la que escribe estas palabras? Las lágrimas caen sobre las teclas, llevándose los restos de rimmel que quedan en mis pestañas. Miro hacia atrás en el tiempo y me pregunto, ¿cómo fue que las cosas pasaron tan rápido? ¿Cuándo fue la última vez que me sentí así? Hoy, sin ir más lejos, mientras volvía del Instituto, venía leyendo un libro en el colectivo. El libro hablaba de la despedida...

La dolorosa despedida. Esas palabras que a uno le dicen, y nunca sabemos si son ciertas o no. Nos encontramos mirando al otro de frente, suplicando por que sean infundadas nuestras sospechas del final. Pero al mirarlo, leemos en sus ojos el rechazo, la frialdad. Esos ojos que un día mostraron tanto amor, tanta ternura... Ahora solo muestran la irrefutable decisión de marcharse y no volver a vernos. Leemos en sus gestos que no vamos a poder tocar esa piel fría nunca mas, que se alejará de nosotros para siempre. Cuando escuchamos por fin las palabras salir de sus hermosos labios, nos negamos a creerlas. Queremos buscarle el sentido oculto, leer entre líneas... pero no hay nada que leer. Las palabras son claras. Adiós, adiós. Te prometo que será como si yo no hubiese existido. Esto es lo mejor para ti.
Nos quedamos helados. ¿Lo mejor para mí? pensamos. No, esto no puede ser cierto. Quédate conmigo, no te vayas. Por favor, no puedo vivir sin ti. Por favor, por favor... Pero las palabras son en vano. El ya no está alli. Sentimos como el dolor empieza a abrumarnos. Caminamos dentro de la bruma de nuestros pensamientos, intentando seguirlo. Caminamos y caminamos, a pesar de tener la certeza de que nunca regresará. Nos sentamos en el primer lugar que encontramos, y entonces el dolor nos embarga. Un filoso corte nos desgarra el corazón. Caemos, decididos a morir desangrados por ese amor frustrado. El tiempo pasa deprisa. No sabemos cuanto ha transcurrido desde el anochecer de nuestros días, desde ese fatídico día en que el sol se fue con el, dejándonos en la oscuridad.
Entonces, alguien nos encuentra. ¿Que ha pasado? pregunta. Se ha ido, se ha ido. Es lo único que logramos contestar... Comenzamos de nuevo la rutina de nuestros días. Nos obligamos a no recordar. Preferimos el aturdimiento, la sensación de arrastrarnos de acá para allá sin una verdadera razón para existir. ¿Que es lo mejor para nosotros? Algunos dicen que la memoria es un colador. El tiempo nos cura todas las heridas. Pero no conseguimos olvidar. Pasan días, meses, años. ¿Quien puede olvidar el sonido tintineante de su risa, que tan pocas veces escuchamos? ¿Quien puede olvidar sus caricias en el pelo a la hora de dormir? ¿Quien puede olvidar sus enojos, sus miradas frías, sus palabras hirientes? ¿Quien puede olvidar sus ojos, el contacto con sus manos heladas, las yemas de sus dedos secando una de nuestras repetidas lágrimas? No podemos. Es inevitable, cada día lo recordamos mas, y rogamos que vuelva a nuestro lado. Continuamos con nuestra vida, desgarrados por ese dolor interno.
Y así seguimos, prohibiéndonos recordar, pero condenándonos a no olvidar...

Yo se que algún día mi despedida llegará. Y sufriré, y lloraré, y me desgarraré. Pero por mas que lo sepa, no puedo prepararme para ello. No puedo imaginar un sólo día sin saber de el. El dolor es enorme, me golpea en el pecho y me deja sin aire. Lucho contra el, sabiendo que ese día aun no ha llegado. Pero no puedo olvidar que en algun momento llegará. Y entonces, como la protagonista de mi libro, rogaré en silencio que el vuelva a mi lado... Que todo el dolor pasado algún día será recompensado...

;;

Template by:
Free Blog Templates