8/1/13

Días...


Taiga miró la lapicera y el cuaderno en blanco. ¿Qué podía escribir? A ella la inspiraba su Amo, pero ahora él no estaba. Sin embargo, le había dejado la tarea de escribir, con temática libre, dentro de un plazo de 4 noches. Hoy, sábado, es el primero de 15 largos días en los que Taiga no va a poder comunicarse con su Amo, algo que en más de 4 meses nunca había pasado. Hubo ocasiones en las que no pudieron verse, pero dejar de hablar... nunca. Taiga sabía que este momento iba a llegar, las temidas vacaciones. Ahora, inmersa en ellas, se siente sola y perdida. No sabe como hacer para que las horas pasen más rápido. Está planeando sus propias vacaciones, pero para eso falta más de un mes, y sólo será una semana. Sentada, en el trabajo, sigue pensando en qué escribir. Al mismo tiempo, se obliga a desayunar. Ayer, al darse cuenta de que hacía más de un día que no ingería alimentos sólidos, se había asustado muchísimo, pero simplemente no tenía hambre.
Cuando supo que su Amo se iría de vacaciones, planeó una sorpresa para su vuelta: un tatuaje, un felino precioso, un leopardo. Pero cuando fue a ver a su tatuador, éste le arruinó los planes: el tatuaje llevaría tres sesiones, con promedio de un mes entre cada una de ellas, Así que no tuvo más remedio que contarle a su Amo lo que pensaba hacer. Su respuesta fue: "ni se te ocurra". Pero ella expuso sus razones. El lugar elegido, su cintura, era el ideal. A su Amo le encantaba situarse detrás de ella, ya fuera para atarla, azotarla, morderla, acariciarla o penetrarla. Entonces, cada vez que lo hiciera, vería su inconfundible imagen: el leopardo, con su boca semiabierta, jadeante, deseoso de jugar con su presa antes de devorarla. Los ojos del animal serían verdes, como los de su Amo, como los de la propia Taiga. Ay, ella estaba ansiosa de poseer esa marca, ese recordatorio eterno del primer hombre (y probablemente el último) que la hizo senntirse realmente sumisa, que le inspiró el deseo de complacerlo con cada centímetro de su cuerpo y con cada rincón de su mente; ese hombre que se adueñó hasta de sus pensamientos y fantasías, de sus sueños y pesadillas, de su femeneidad, de sus deseos, y de un amor tan profundo como oscuro, tan puro como prohibido. Taiga lo amaba, mucho, pero le dolía no poder ser correspondida entonces prefería no pensar en ello. Recordaba una vez en que entró en pánico al intentar jugar con un instrumento nuevo, y él, para calmarla, le repitió incontables veces: "te quiero, te quiero". En ese momento, Taiga supo que esas palabras podían hacer que ella superara cualquier obstáculo.
Pasa un día más. Revisa su e-mail sin esperanzas, pero constantemente. Se imagina que, en algún respiro, su Amo podrá escribirle. Pero como aún no ha sucedido, suspira y supone que es lógico, que en vacaciones uno se aleja de la rutina y de todo lo que ésta conlleva. Pero también espera que, aunque sea un mínimo minuto al día, su Amo piense en ella, en sus besos, es sus caricias, en su total entrega.
Taiga sueña con un día en el cual no los persiga el reloj, esa alarma tan odiada que indica el final de su pequeño momento juntos; un día en el cual puedan compartir mucho más que lo habitual, un día lejos de la presión ajena, el celular, las horas... Sólo ellos, su Amo sentado y ella en pocisión de 'sit' (su favorita), abrazándolo mientras él le acaricia el pelo, en silencio... Ese es su paraíso, su mundo ideal, y como tal, no existe. Pero a Taiga nada le impide soñar con los cariños de su Amo, los cuales volverán en un par de semanas a caer sobre su piel. El sólo hecho de pensar en el reencuentro la hace sonreír. Ya sabe lo que hará: lo abrazará fuertemente y lo besará por cada uno de los días en los que estuvo lejos de ella. Lo mirará a los ojos y le sonreirá, demostrándole cuanto lo extrañó, cuanto ansiaba volver a estar a su lado, aspirar su perfume, sentir su calor. Se daría vuelta, lentamente, y subiría apenas su remera para enseñarle lo que preparaba para él: la primera fase de las marcas del leopardo en su cintura. Se sentía feliz, porque era un tatuaje exclusivamente diseñado para ella, con ayuda de su tatuador, para que sea original, delicado, y perfecto. A pesar de sus quejas iniciales, su Amo sonreiría extasiado de placer al verla marcada como suya de esa manera, y Taiga moría de ganas de ver esa sonrisa. Los días pasarían pronto, no serían los 20 años de Penélope. Lo esperaría, ansiosa, feliz, amante y siempre dispuesta a complacerlo, ya que su más profundo deseo era que su LeoPardo estuviese satisfecho de la sumisa que había elegido.


Mi tarea llega a su fin. Mi antiguo blog está en marcha nuevamente, tal como ordenó mi Amo, así como también mi libreta y mi lapicera, de la cual nacerán las historias más diversas, reales o soñadas, vividas o imaginadas.
Esta ha sido una pausa en el erotismo, común denominador de mis relatos. Proximamente, volveré a ellos con mayor fervor.

Tigresita, de LeoPardo.


6/1/13

In wonderland.



- ¿Podría decirme, por favor, que camino debo seguir para salir de aquí?
- Eso depende en gran parte del sitio al que quieras llegar.
- No me importa mucho el sitio...
- Entonces, tampoco importa mucho el camino que tomes.
Alicia miró al gato, y se quedó callada pensando en sus palabras. ¿Realmente no importaba el camino a tomar? ¿Acaso el camino no decide el sitio? ¿O es al revés? 
Alicia muchas veces había decidido su camino, aunque no siempre sus decisiones la llevaron al mejor destino. Había ido detrás de muchos conejos en su vida, los cuales le habían hecho perder el tiempo junto a sus relojes, estancados, paralizados en momentos que prefería olvidar. Ahora se encontraba ante un gato que la miraba fijamente, aunque no se molestaba en volver a pronunciar palabra. Alicia lo miró enojada y el gato sonrió desde el árbol en el cual se encontraba. Ella se sentó en el piso, todavía enfurruñada, y decidió ignorarlo, sumergiéndose en sus pensamientos.
¿Cómo había llegado hasta aquí? Los recuerdos eran confusos. Recordaba un dolor agudo y una separación. Un alejamiento, un periodo vacío de su vida, un camino sencillo pero un destino aburrido y sin sentido. Un libro, una lectura rápida. Un click, un despertar. Abrir los ojos después de meses de oscuridad, y reconocer el vacío, sonriendo por haber encontrado la llave para salir de él. Acercándose a la puerta, suspiró indecisa. Podía volver a su camino sencillo, o podía tomar el que se encontraba detrás de esa abertura. Recordó las sensaciones y empujó el picaporte con voluntad. Una luz cegadora, un recibimiento cálido. Malas experiencias al principio hicieron que se replanteara la elección que había tomado... Hasta que... Una sonrisa, unos ojos felinos, hicieron que se detuviera un momento, una décima de segundo tal vez, pero fue tiempo suficiente para estar segura de haber hecho lo correcto. Se dejó llevar por un impulso, no por la razón. Una tímida frase, un mensaje con palabras complicadas y casi sin coherencia, varias charlas con el portador de esa sonrisa y esos ojos.
"Alicia, Alicia, ¿qué camino habrás tomado?" se preguntó. Pero no podía responderse, se encontraba desorientada. ¿Adonde seguir? No había indicaciones para decidir hacia donde dirigirse. Suspiró, apoyando la cabeza sobre sus manos, bloqueada. ¿Retroceder? Era una opción, volver al camino sencillo pero incompleto. No sufriría, pero tampoco sentiría nada; y ella no quería eso. Alicia miró hacia adelante, allí había un camino; la continuación de la ruta escogida anteriormente. Entrecerró los ojos y lo observó. Vio incontables obstáculos que le dificultarían el paso, oscuridades que le provocarían pánico, segmentos irreconocibles a la distancia...
- El final, Alicia. El sitio es lo que importa.- dijo el gato. Y desapareció.
Enojada de nuevo, Alicia volvió a mirar el camino. Pero a lo lejos, no vio el recorrido sin el final del mismo, tal como le había aconsejado el gato. Dos ojos... Sólo dos ojos verdes. Pero anularon todo lo demás. Finalmente, entendió lo que el gato quería decirle. ¿Le importaba a ella todo lo que tuviera que recorrer para llegar a aquellos ojos? ¿Los obstáculos? ¿Las heridas? No, realmente no le importaba, sólo quería llegar...
Porque allí, donde se encontraban esos ojos, se encontraba su país de las maravillas, su lugar ideal, en el cual se sentía plena y feliz. El camino ya no le resultaba llamativo. Lo recorrería, con heridas, con dificultades, con lágrimas. Pero llegaría, y lograría que esos ojos verdes volvieran a sonreírle, como la primera vez...


Primera vez - Parte II


Puerta del hotel. Respiración acelerada, temblor en todo el cuerpo. Suben al segundo piso, ella delante, haciendo equilibrio con sus botas en una escalera caracol. Sabe que él la mira con deseo mientras ascienden, pero sus nervios pueden más que cualquier pensamiento. Trata de calmar sus latidos al abrirse la puerta de la habitación... Deja su bolso, se quita el abrigo... Es increíble lo helada que está su piel, en comparación con el ardor que siente en su interior... Se queda parada junto a la cama, con la mirada en el piso, sin poder hablar. Lo escucha dejar su mochila, pasos lentamente acercándose... Su mano, suavemente, se alza hasta su rostro y lo levanta, ella lo mira a los ojos, y él le dice "hola, chiquita". Ella baja nuevamente la vista, pero no al piso, sino a la boca de la cual salen esas palabras. Él sonríe ante esa actitud, y la besa delicadamente, acercándola un poco a su cuerpo. Ella se siente derretir y se humedece en ese beso, busca más, separa los labios inconscientemente esperando que la lengua de ese hombre entre en su boca para explorarla, para recorrerla... Pero él se aparta, y a ella se le escapa un leve gemido de angustia. Lo ve de espaldas, buscando algo en un maletín negro, pero no puede moverse para averiguar que es. Él se da vuelta sonriendo, con una hermosa cuerda verde, la cual deja sobre la cama, y dirige sus manos hacia ella. Lentamente, comienza a desvestirla, pieza por pieza. Al llegar a su piel la recorre con la punta de los dedos, antes de acercarse a su nuca y depositar un pequeño beso en el hombro izquierdo, acción que provoca en ella la misma sensación de un fósforo que es acercado a la pólvora. Él toma la cuerda y la hace jugar entre sus dedos, mientras le ordena terminar de desvestirse. Ella obedece rápidamente, y se queda con una pequeña remerita rosa, que él le permite conservar. Comienza un bondage, el primero que le hacen en su vida de sumisa. Le encanta verlo trabajar con los nudos por el espejo que tienen enfrente, su cara de concentración, su sonrisa cuando la observa cada vez más atada e inmóvil. Sigue amarrándola hasta que se siente satisfecho, y entonces saca dos pequeñas pinzas de su maletín, las cuales coloca en sus pezones, no sin antes acariciarlos y lamerlos suavemente. Ella cierra los ojos, buscando la concentración adecuada para transformar el dolor en placer. El bondage le dejó las piernas separadas, y él se sienta frente a ella, observándola; con uno de sus dedos recorre lentamente su sexo, húmedo, empapado. Suspira, y lleva ese dedo a los labios de ella, entreabiertos; vuelve a tocarla y ésta vez su propia boca es el destino. "Qué hermosa", lo escucha decir. Pero lo escucha lejos, y eso la preocupa. Abre los ojos y él ya no está sentado frente a ella, sino detrás, buscando algo en su maletín. Se mira en el espejo, pero casi no se ve. Lo llama, con una voz apenas audible, "me estoy mareando", se oye decir, cada vez más lejos. Él le saca las pinzas e intenta acostarla, pero ella no puede moverse, a tal punto que tiene que empujarla para desatarla. Ella siente un par de tirones y un sudor frío que le recorre el cuerpo. Cuando abre los ojos, está acostada boca abajo en la cama, y él se encuentra sentado en el piso frente a ella con cara de preocupación. "Te bajó la presión. Te desmayaste", le dice. Mira a su alrededor, confundida, y ve pedazos de cuerda verde repartidos por la cama. "¿La cortaste?" le pregunta. "Sí, mi chiquita. Las sogas se reponen, las sumisas no". Ay, ay, que mál estaba saliendo todo. Los nervios la llevaron al desmayo, y él tuvo que cortar una cuerda hermosa por esa razón. "Perdón", le dice. "Shhh, no. Nada de perdón. Te desmayaste. Ahora, vas a comer algo, nenita". Ella lo mira, no tiene ganas de comer. Pero él es inflexible, y después de mucho discutir, consigue que coma al menos un poco. Se levanta del suelo, y se acuesta a su lado, abrazándola. Ella se siente mejor, y lo besa suavemente. "Estoy bien", le dice, "gracias". Él sonríe, se acerca a su oído, y susurra, "eso lo voy a comprobar ahora". Recorre con la mano su garganta, el pecho, el vientre. La mira fugazmente, y desciende hasta su sexo, haciéndola gemir inesperadamente. Ella se olvida del desmayo, de la cuerda rota, del hotel, hasta de su propio nombre. Sólo puede pensar en sus dedos acariciándola, sin entrar en ella, pero generándole un placer incontrolable, que la desborda al llegar al clímax casi inmediatamente. Abre los ojos sorprendida, y lo mira. Él no había dejado de acariciarla, y quiere detenerlo, pero no la deja, e incluso presiona un poco más. Dejando escapar un pequeño grito, se sacude en espasmos entrecortados; con los ojos levemente abiertos, lo observa morderse el labio inferior sin conseguir ocultar su sonrisa. Él aparta su mano de ella, y se la lleva a los labios, dejando que uno de los dedos se introduzca en su boca, soltando un gemido apenas audible. La toma en brazos y la lleva al borde de la cama, acomodándola, sentada, inmóvil. Ella, con los ojos cerrados, escucha la hebilla del cinturón desabrocharse, el cierre del pantalón bajando con ese sonido inconfundible, excitante; se humedece los labios a la espera de lo que viene, ansiosa, deseosa de conocer su sabor, de complacerlo, hasta tal vez enloquecerlo con esa simple acción. Él toma sus cabellos suavemente e inclina su cabeza hacia sí mismo, introduciéndose en la pequeña boca que lo espera, húmeda, con una lengua inquieta que lo envuelve rápidamente, de manera inesperada para él. Cierra los ojos, disfrutándola, sin darle ninguna indicación, simplemente dejando que ella maneje la situación, al menos en ese momento. Ella nota la reacción y procura satisfacerlo en cada movimiento de su lengua, en cada embestida de sus labios. Lo recorre, lo disfruta, sintiendo el aumento de su excitación, sus gemidos entrecortados, la aproximación de su clímax. La velocidad se incrementa y ella supo que llegaría su premio, su regalo; con un gruñido él la toma del pelo con fuerza y la empuja, explotando de placer dentro de su boca, inundándola con su orgasmo tibio, abundante, violento. Aflojó la presion de su mano y se apartó de ella, suspirando profundamente. La observó, seguía en la misma posición en la que la había dejado, sentada al borde de la cama, con la cabeza baja, mirando el suelo. Se agachó, poniéndose a la altura de sus ojos, y suavemente levantó su rostro hasta encontrarse con una mirada tímida, avergonzada, pero satisfecha. Acarició lentamente su mejilla y le sonrió, provocando en ella la misma reacción. "Te sentí mía, chiquita, totalmente mía", le dice. La música del hotel sonaba de fondo, y en medio de la alegría que la llenaba, ella logró distinguir una frase que le llamó la atención... Una voz femenina cantaba... "Eras tú, mi necesidad"... Le sonrió abiertamente a esos ojos verdes, feliz. No se había equivocado al bajar del taxi. Todo iba a estar bien.


Primera vez - Parte I


Ella está sentada, recordando. Años pasaron desde la última vez que sesionó. Tiene miedo, pero al mismo tiempo ansiedad y excitación. Es viernes y espera que ese hombre no se comunique con ella, porque está asustada, porque no se acuerda, porque en realidad no tiene más experiencia que que un par de fustazos leves... La noche pasa y él no se comunica. Ella se siente entre aliviada y desilusionada, sentimientos opuestos y encontrados. Sábado por la mañana y no hay noticias, por su mente circulan pensamientos extraños; decide esperar un poco más, se ilusiona, quiere verlo, lo tiene decidido. Los minutos parecen horas, las horas días, cada segundo pendiente del celular, esperando su saludo... Hasta que llega, "16 horas, chiquita. Te espero mañana." Nervios y escalofríos recorren su cuerpo. ¿Qué tendría planeado hacer? No lo sabía. Ella piensa, se imagina, su mente vuela. No, debe ser discreta, sólo se encontrarán a tomar un café y conocerse, descubrir si tienen cosas en común, tal vez algún beso robado en una esquina, una caricia oculta de ojos curiosos... El domingo llega y lo tiene enfrente, sentado, penetrándola con sus profundos ojos verdes; lo mira y no puede sostener la mirada, baja sus ojos, se pone colorada, sonríe nerviosa. Él lo nota, y comienza a hablar. Poco a poco ella se suelta y la charla se hace fluída, constante. Pasan las horas, las miradas se cruzan, pero de una manera distinta. Hay algo oculto tras los ojos de los dos, una especie de instinto cazador, una barrera que ninguno sabe bien como derribar para llegar al otro. Ella se siente cautivada por su voz, que la envuelve; por su sonrisa, que la atrapa e hipnotiza. Él le toma la mano, la acaricia suavemente con la punta de los dedos. Sienten el contacto, piel fría contra piel caliente, electricidad, tensión, deseo, nervios. Sus palabras... "mi interés es sesionarte, vos decidís...". Los ojos de ella bajan, sus latidos aumentan vertiginosamente, la inunda el calor, el deseo, pero también la incertidumbre y el miedo a lo desconocido, a no gustarle, a no ser lo que se espera de ella. Lo mira avergonzada, su boca se llena de palabras que no puede decir. Se sonroja, retira su mano, se cubre el rostro. En su mente mil pensamientos, ¿quiere ir? Por supuesto. Pero, ¿cómo decírselo? No puede, no le sale. Él le aparta la mano de su carita colorada, la levanta, la mira a los ojos. No hacen falta palabras, y a ella le gusta eso. Pagan la cuenta y se retiran en silencio, ella camina un par de centímetros detrás de él, observa su mochila, de la cual sobresale una fusta enfundada, oculta... Pero tiene la certeza de que es una fusta, y se pregunta qué más habrá dentro...
Taxi. STOP en su cabeza. Ellos no hablaron de límites. ¡Ellos no hablaron de nada! ¿Y si hace algo que no le gusta? Siempre queda como recurso la palabra de seguridad, pero... ¡tampoco se la dijo! Lo mira, y él le sonríe. Ella se relaja y no cree necesario decirle la palabra o sus límites, porque por alguna razón, está dispuesta a dejarlos de lado y averiguar hasta donde puede llegar esta vez. Respira profundo, sus manos tiemblan. Las esconde, pero él las busca... Toma una, se la lleva a los labios... Bajan del taxi. Ella lo mira y sonríe. Confía en él... Todo va a estar bien.


;;

Template by:
Free Blog Templates