6/1/13

Primera vez - Parte I


Ella está sentada, recordando. Años pasaron desde la última vez que sesionó. Tiene miedo, pero al mismo tiempo ansiedad y excitación. Es viernes y espera que ese hombre no se comunique con ella, porque está asustada, porque no se acuerda, porque en realidad no tiene más experiencia que que un par de fustazos leves... La noche pasa y él no se comunica. Ella se siente entre aliviada y desilusionada, sentimientos opuestos y encontrados. Sábado por la mañana y no hay noticias, por su mente circulan pensamientos extraños; decide esperar un poco más, se ilusiona, quiere verlo, lo tiene decidido. Los minutos parecen horas, las horas días, cada segundo pendiente del celular, esperando su saludo... Hasta que llega, "16 horas, chiquita. Te espero mañana." Nervios y escalofríos recorren su cuerpo. ¿Qué tendría planeado hacer? No lo sabía. Ella piensa, se imagina, su mente vuela. No, debe ser discreta, sólo se encontrarán a tomar un café y conocerse, descubrir si tienen cosas en común, tal vez algún beso robado en una esquina, una caricia oculta de ojos curiosos... El domingo llega y lo tiene enfrente, sentado, penetrándola con sus profundos ojos verdes; lo mira y no puede sostener la mirada, baja sus ojos, se pone colorada, sonríe nerviosa. Él lo nota, y comienza a hablar. Poco a poco ella se suelta y la charla se hace fluída, constante. Pasan las horas, las miradas se cruzan, pero de una manera distinta. Hay algo oculto tras los ojos de los dos, una especie de instinto cazador, una barrera que ninguno sabe bien como derribar para llegar al otro. Ella se siente cautivada por su voz, que la envuelve; por su sonrisa, que la atrapa e hipnotiza. Él le toma la mano, la acaricia suavemente con la punta de los dedos. Sienten el contacto, piel fría contra piel caliente, electricidad, tensión, deseo, nervios. Sus palabras... "mi interés es sesionarte, vos decidís...". Los ojos de ella bajan, sus latidos aumentan vertiginosamente, la inunda el calor, el deseo, pero también la incertidumbre y el miedo a lo desconocido, a no gustarle, a no ser lo que se espera de ella. Lo mira avergonzada, su boca se llena de palabras que no puede decir. Se sonroja, retira su mano, se cubre el rostro. En su mente mil pensamientos, ¿quiere ir? Por supuesto. Pero, ¿cómo decírselo? No puede, no le sale. Él le aparta la mano de su carita colorada, la levanta, la mira a los ojos. No hacen falta palabras, y a ella le gusta eso. Pagan la cuenta y se retiran en silencio, ella camina un par de centímetros detrás de él, observa su mochila, de la cual sobresale una fusta enfundada, oculta... Pero tiene la certeza de que es una fusta, y se pregunta qué más habrá dentro...
Taxi. STOP en su cabeza. Ellos no hablaron de límites. ¡Ellos no hablaron de nada! ¿Y si hace algo que no le gusta? Siempre queda como recurso la palabra de seguridad, pero... ¡tampoco se la dijo! Lo mira, y él le sonríe. Ella se relaja y no cree necesario decirle la palabra o sus límites, porque por alguna razón, está dispuesta a dejarlos de lado y averiguar hasta donde puede llegar esta vez. Respira profundo, sus manos tiemblan. Las esconde, pero él las busca... Toma una, se la lleva a los labios... Bajan del taxi. Ella lo mira y sonríe. Confía en él... Todo va a estar bien.


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