6/1/13
Puerta del hotel. Respiración
acelerada, temblor en todo el cuerpo. Suben al segundo piso, ella delante,
haciendo equilibrio con sus botas en una escalera caracol. Sabe que él la mira con
deseo mientras ascienden, pero sus nervios pueden más que cualquier
pensamiento. Trata de calmar sus latidos al abrirse la puerta de la
habitación... Deja su bolso, se quita el abrigo... Es increíble lo helada que
está su piel, en comparación con el ardor que siente en su interior... Se queda
parada junto a la cama, con la mirada en el piso, sin poder hablar. Lo escucha
dejar su mochila, pasos lentamente acercándose... Su mano, suavemente, se alza
hasta su rostro y lo levanta, ella lo mira a los ojos, y él le dice "hola,
chiquita". Ella baja nuevamente la vista, pero no al piso, sino a la boca
de la cual salen esas palabras. Él sonríe ante esa actitud, y la besa
delicadamente, acercándola un poco a su cuerpo. Ella se siente derretir y se
humedece en ese beso, busca más, separa los labios inconscientemente esperando
que la lengua de ese hombre entre en su boca para explorarla, para
recorrerla... Pero él se aparta, y a ella se le escapa un leve gemido de
angustia. Lo ve de espaldas, buscando algo en un maletín negro, pero no puede
moverse para averiguar que es. Él se da vuelta sonriendo, con una hermosa
cuerda verde, la cual deja sobre la cama, y dirige sus manos hacia ella.
Lentamente, comienza a desvestirla, pieza por pieza. Al llegar a su piel la
recorre con la punta de los dedos, antes de acercarse a su nuca y depositar un
pequeño beso en el hombro izquierdo, acción que provoca en ella la misma
sensación de un fósforo que es acercado a la pólvora. Él toma la cuerda y la
hace jugar entre sus dedos, mientras le ordena terminar de desvestirse. Ella
obedece rápidamente, y se queda con una pequeña remerita rosa, que él le
permite conservar. Comienza un bondage, el primero que le hacen en su vida de
sumisa. Le encanta verlo trabajar con los nudos por el espejo que tienen
enfrente, su cara de concentración, su sonrisa cuando la observa cada vez más
atada e inmóvil. Sigue amarrándola hasta que se siente satisfecho, y entonces
saca dos pequeñas pinzas de su maletín, las cuales coloca en sus pezones, no sin
antes acariciarlos y lamerlos suavemente. Ella cierra los ojos, buscando la
concentración adecuada para transformar el dolor en placer. El bondage le dejó
las piernas separadas, y él se sienta frente a ella, observándola; con uno de
sus dedos recorre lentamente su sexo, húmedo, empapado. Suspira, y lleva ese
dedo a los labios de ella, entreabiertos; vuelve a tocarla y ésta vez su propia
boca es el destino. "Qué hermosa", lo escucha decir. Pero lo escucha
lejos, y eso la preocupa. Abre los ojos y él ya no está sentado frente a ella,
sino detrás, buscando algo en su maletín. Se mira en el espejo, pero casi no se
ve. Lo llama, con una voz apenas audible, "me estoy mareando", se oye
decir, cada vez más lejos. Él le saca las pinzas e intenta acostarla, pero ella
no puede moverse, a tal punto que tiene que empujarla para desatarla. Ella
siente un par de tirones y un sudor frío que le recorre el cuerpo. Cuando abre
los ojos, está acostada boca abajo en la cama, y él se encuentra sentado en el
piso frente a ella con cara de preocupación. "Te bajó la presión. Te
desmayaste", le dice. Mira a su alrededor, confundida, y ve pedazos de
cuerda verde repartidos por la cama. "¿La cortaste?" le pregunta.
"Sí, mi chiquita. Las sogas se reponen, las sumisas no". Ay, ay, que
mál estaba saliendo todo. Los nervios la llevaron al desmayo, y él tuvo que
cortar una cuerda hermosa por esa razón. "Perdón", le dice.
"Shhh, no. Nada de perdón. Te desmayaste. Ahora, vas a comer algo,
nenita". Ella lo mira, no tiene ganas de comer. Pero él es inflexible, y
después de mucho discutir, consigue que coma al menos un poco. Se levanta del
suelo, y se acuesta a su lado, abrazándola. Ella se siente mejor, y lo besa
suavemente. "Estoy bien", le dice, "gracias". Él sonríe, se
acerca a su oído, y susurra, "eso lo voy a comprobar ahora". Recorre
con la mano su garganta, el pecho, el vientre. La mira fugazmente, y desciende
hasta su sexo, haciéndola gemir inesperadamente. Ella se olvida del desmayo, de
la cuerda rota, del hotel, hasta de su propio nombre. Sólo puede pensar en sus
dedos acariciándola, sin entrar en ella, pero generándole un placer
incontrolable, que la desborda al llegar al clímax casi inmediatamente. Abre
los ojos sorprendida, y lo mira. Él no había dejado de acariciarla, y quiere
detenerlo, pero no la deja, e incluso presiona un poco más. Dejando escapar un
pequeño grito, se sacude en espasmos entrecortados; con los ojos levemente
abiertos, lo observa morderse el labio inferior sin conseguir ocultar su
sonrisa. Él aparta su mano de ella, y se la lleva a los labios, dejando que uno
de los dedos se introduzca en su boca, soltando un gemido apenas audible. La
toma en brazos y la lleva al borde de la cama, acomodándola, sentada, inmóvil.
Ella, con los ojos cerrados, escucha la hebilla del cinturón desabrocharse, el
cierre del pantalón bajando con ese sonido inconfundible, excitante; se
humedece los labios a la espera de lo que viene, ansiosa, deseosa de conocer su
sabor, de complacerlo, hasta tal vez enloquecerlo con esa simple acción. Él
toma sus cabellos suavemente e inclina su cabeza hacia sí mismo,
introduciéndose en la pequeña boca que lo espera, húmeda, con una lengua
inquieta que lo envuelve rápidamente, de manera inesperada para él. Cierra los
ojos, disfrutándola, sin darle ninguna indicación, simplemente dejando que ella
maneje la situación, al menos en ese momento. Ella nota la reacción y procura
satisfacerlo en cada movimiento de su lengua, en cada embestida de sus labios.
Lo recorre, lo disfruta, sintiendo el aumento de su excitación, sus gemidos entrecortados,
la aproximación de su clímax. La velocidad se incrementa y ella supo que
llegaría su premio, su regalo; con un gruñido él la toma del pelo con fuerza y
la empuja, explotando de placer dentro de su boca, inundándola con su orgasmo
tibio, abundante, violento. Aflojó la presion de su mano y se apartó de ella,
suspirando profundamente. La observó, seguía en la misma posición en la que la
había dejado, sentada al borde de la cama, con la cabeza baja, mirando el
suelo. Se agachó, poniéndose a la altura de sus ojos, y suavemente levantó su
rostro hasta encontrarse con una mirada tímida, avergonzada, pero satisfecha.
Acarició lentamente su mejilla y le sonrió, provocando en ella la misma
reacción. "Te sentí mía, chiquita, totalmente mía", le dice. La música
del hotel sonaba de fondo, y en medio de la alegría que la llenaba, ella logró
distinguir una frase que le llamó la atención... Una voz femenina cantaba...
"Eras tú, mi necesidad"... Le sonrió abiertamente a esos ojos verdes,
feliz. No se había equivocado al bajar del taxi. Todo iba a estar bien.
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